sábado, 20 de agosto de 2011

Dejó de sonar el teléfono

Cuentan, los que han tenido responsabilidades políticas, que cuando más notan que ya el cargo no lo tienen es cuando el teléfono descansa, solamente suena cuando se producen llamadas familiares o de amistades, vamos, lo que le ocurre al común de los mortales.
La pérdida obligada de un cargo, y me refiero a peder el cargo por voluntad popular a partir de una elecciones, debe quedar noqueado al que obstentaba tal responsabilidad y más si el futuro laboral del personaje en cuestión no está excesivamente claro por no conocérsele profesión alguna.
Pero no me voy a referir a este caso. Me voy a referir a los que perdiendo el cargo ahora tienen que volver a sus puestos de trabajo, puestos de trabajo que con el paso del tiempo han sufrido algunas modificaciones y, como es lógico, vuleven como uno más. Pero vuelven al día a día del trabajo, al sometimiento de un horario, de un jefe quizás y de la pérdida de la palmada en la espalda que quizás duela más.
Ahora bien, los habrá, que perdiendo su cargo inicialmente se hayan quedado noquedados, su futuro laboral no presente ninguna dificultad y quizás comiencen a sentir alivio, pues es verdad, que las altas responsabilidades son bonitas pero las dificultades que aparecen producen algunas amarguras y aliviarse de ellas tranquiliza a quien las sufre.
Si se tuviese en cuenta y en mente que la cosa pública es transitoria no habría ningún problema, el problema es hacer de la política un estilo y modo de vida personal.

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